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Morales a los ojos del Mundo

Carlos D. Mesa Gisbert
Ex Presidente de Bolivia

Un halo mágico de legitimidad sacralizada por los grandes objetivos
superiores de eliminación de la discriminación, lucha por los más
débiles y concreción de una reivindicación social centenaria,
«explican y explicarán» durante un largo tiempo las razones por las
que se puede y se debe aceptar defectos, insuficiencias,
arbitrariedades, un nuevo lenguaje y una vieja práctica política en el
gobierno del MAS. «Daños colaterales», se diría en el lenguaje bélico
de hoy. «Es que el tamaño del cambio es de tal magnitud que no podemos
detenernos en minucias para juzgar y cuestionar a quienes gobiernan»,
es el argumento.

Desde fuera se cree aún que por primera vez en la historia boliviana
los «excluidos de siempre» entraron, finalmente, por la puerta grande
del protagonismo del poder. Inútil es recordar el 52, inútil explicar
un proceso en el que se construyó un camino cierto de incorporación y
de eliminación progresiva de la discriminación. Perder el tiempo es
mencionar que antes de 2006 se había dado la universalización de la
educación, el reconocimiento de la propiedad de la tierra, la
imposición del voto universal, el reconocimiento de las tierras
comunitarias de origen en los llanos, la propiedad comunitaria en los
Andes, la función económica y social de la tierra, la
descentralización radical a través de los municipios y la existencia
de municipios y mancomunidades explícitamente indígenas. Perder el
tiempo es hablar de que con el anterior sistema electoral y la
anterior Constitución, la representación indígena en el Congreso era
superior al 30% y que con esas reglas, Morales ganó dos elecciones por
mayoría absoluta y los indígenas lograron una representación
equivalente a su peso demográfico en el trabajo legislativo y
constituyente. Estéril recordar que habíamos incorporado la Asamblea
Constituyente  y el Referéndum en una reforma constitucional y los
habíamos convocado. En suma, que el gobierno del primer Presidente
indígena llegó cuando gran parte de la mesa de la incorporación y la
igualdad estaba servida, y que lo que necesitábamos era solamente a
quien la presidiera con la legitimidad de su origen étnico, lo que sin
dejar de ser fundamental, no fue la fundación de nada que no
hubiésemos trabajado en la democracia para conseguirlo.

Imposible explicar fuera del país que Morales se montó en el
indigenismo con un extraordinario sentido de oportunidad en el proceso
electoral del 2005, reivindicando cosas que jamás había reivindicado
en su vida sindical y política anterior (lo que, por cierto, no le
resta mérito), que las autonomías fueron un triunfo histórico de Santa
Cruz a las que se subió cuando cuatro departamentos caminaron por un
sí irreversible a esa propuesta.

Para quienes miran el proceso boliviano en el extranjero, todos esos
logros son obra exclusiva de Morales, asumiendo además que antes de él
Bolivia era una pequeña Sudáfrica. Tras varios años de comprobar una y
otra vez que, aún quienes están más próximos a nuestra realidad –salvo
contadas excepciones-, creen esa historia reescrita a imagen y
semejanza del régimen imperante, es tiempo trabajar con una paciencia
pedagógica, equilibrada y sobre todo práctica. No se puede llegar «en
seco» a denunciar la cantidad ya incontrastable de irregularidades,
línea autoritaria, exclusión de todo diálogo, control atrabiliario del
poder, sujeción de los tres órganos del Estado al Órgano Ejecutivo y
judicialización de la política aplicada sin miramientos…

Algunos diplomáticos extranjeros experimentados y sobre todo
pragmáticos, afirman, que no sólo Bolivia vive en democracia sino que
estamos lejos del autoritarismo. Los ejemplos antes referidos, son, en
su criterio, parte de un proceso que no altera lo esencial, la
legitimidad del voto y el respaldo que tiene el Presidente (hoy por
hoy, seamos claros, dividido en dos mitades, una que lo respalda y
otra que lo repudia). Además, concluyen, «de qué se quejan con la
oposición impresentable que tienen» (en lo que no les falta razón).
Quienes crean que la imagen internacional de Bolivia está muy
deteriorada por los frecuentes exabruptos presidenciales, se
equivocan. El Primer Mandatario puede seguir practicando el fútbol a
su estilo y haciendo afirmaciones en el tono que quiera, que la
comunidad internacional separa a la persona del símbolo, a los
excesos, del «abanderado del cambio»…Una sola cosa está clara; sólo
una propuesta sensata en el marco de una oposición democrática
organizada y con programa, podrá construir en el mediano plazo un
dique ante el autoritarismo que se viene. Y deberá ser desde dentro
(no puede pretenderse que desde afuera resuelvan lo que internamente
somos incapaces de solucionar). El único lenguaje posible es el del
voto y para ello no sólo faltan cuatro años, sino un largo camino de
reciclaje intelectual, político y estructural en quienes pretendan
enfrentar al actual gobierno, su poder casi omnímodo y su proyecto de
perpetuación.

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Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en
París:

‘Artículo 19: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y
expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus
opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el
de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de
expresión.’